Ni permiso ni perdón
Se palpa la ilusión, se empiezan a sentir los nervios, afloran de nuevo las sensaciones de una gran noche. Otra gran noche como la vivida la víspera de San Sebastián en la que a falta de izada de bandera en la Consti pudimos celebrar por todo lo alto la clasificación ante uno de los equipos ante los que la victoria tiene si cabe un sabor y un componente emocional especiales. Estamos a poco más de veinticuatro horas de otro partido que puede que figure serigrafiado en la camiseta de campeones que la marca que viste a la Real Sociedad diseñe el próximo mes de abril como hiciera el año pasado con el Becerril, Ceuta, Espanyol, Osasuna, Real Madrid, Mirandés y Athletic de Bilbao.
Jugamos en casa, noventa y picos minutos nos separan de una última y única eliminatoria a ida y vuelta, que nos regalaría otro partidazo en Anoeta, antesala de una posible final. Imanol siempre dice, y con acertado criterio, que el partido más importante es el próximo, y así es, sólo que en esta ocasión y con lo que puede venir por delante, es sin duda el partido del todo por el todo, el partido en el que no se puede dejar ni un metro por correr ni un duelo por pelear. No importa el rival, no importa el árbitro, no importa el VAR. Con la Real de la tamborrada no hay rival que pueda con ella, con la intensidad y la lucha permanentes no hay decisiones ni malas intenciones que valgan, con el dominio del balón y la presencia en campo contrario no hay monitor ni cámara ni línea roja que nos amargue la noche.
La Real nunca ha dejado de ser la Real y por eso se le quiere, se le respeta y se le admira a lo largo y ancho de la península, del viejo continente y del mundo. Un club modesto, humilde, educado y de cantera, arraigado como pocos en su provincia, uno de los territorios más pequeños que se despacha en la geografía futbolística. Siempre valiente, con mejores y peores rachas, con títulos en sus vitrinas y grandes jugadores y leyendas reconocidas. Volvió a la senda de hacer historia, a la senda de levantar un trofeo, una Copa, pero más allá de eso, la Real, como el sol, nunca pidió permiso para brillar y mucho menos perdón por derrotar a quien se haya puesto en su camino.
Los hay que dicen que es mejor pedir perdón que pedir permiso, pero las gestas de verdad se logran con la mirada fija en el objetivo y sin mirar a los lados, sin mirar atrás, sin mirar los restos que deja el huracán que eres. Mañana hay que ganar, ya sabemos ganar, así que ni permiso ni perdón. Queremos más. Queremos otra Copa.