Madrazo, campeón sin pegada, libra su último combate contra el Alzheimer
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Después de 76 peleas con sus 670 rounds entre 1960 y 1975, José María Madrazo, el campeón sin pegada, disputa a estas alturas del siglo XXI, en la actualidad, su último combate contra un avanzado Alzheimer. Después de la gloria, la crueldad. Así es y así navega el bautizado ‘Guapo del Ring’ por el río de la vida.
Jose Mari, nacido en el ribereño barrio bilbaíno-‘noruego’ de Olabeaga el 10 de mayo de 1940 – fue el día y el año en los que Adolf Hitler ordenó a la Luftwaffe el ataque a Francia, Bélgica y Holanda y a las divisiones ‘panzer’ la invasión de Luxemburgo- , vivió con su familia y se crió en la abigarrada y clásica zona de San Francisco, donde despertó al pugilismo.
El 25 de diciembre de 1960, en la tradicional reunión navideña de las doce cuerdas, debutó ganando a Paco Casal en el cuadrilátero montado en el frontón del Club Deportivo de Bilbao.
En los quince años de pugilismo combatió en todo el arco de pesos entre el welter y medio
Yo le ví pelear por primera vez cuatro años después en otro frontón, el de La Estrella, de Portugalete, ante Juan Pinto, al que se impuso por puntos. Madrazo inició felizmente su carrera boxística, en la que conseguiría ser doble campeón de España.
En 1965, estando vacante el título de los superligeros, peleó y derrotó al catalán José Cabrera, y años después lograría la faja española del peso medio al ganar en el Pabellón Municipal de Deportes de La Casilla a Manuel Quintana. Un campeonato que perdería meses después. Y es que, en esto del boxeo, como sucede en el resto de los deportes, se gana y se pierde.
El boxeador bilbaíno fue elegante en el ring, de notable movilidad y preciosista estilo, quizá un as de boxeo bonito –según sus seguidores-, pero no un pegador, no un noqueador porque sus manos, pequeñas, carecían de pólvora y chispa.
Eso sí, en las primeras filas de ring, donde se acomodaban las mujeres despampanantes, con buenos abrigos o buenos escotes, Madrazo tenía un séquito de adoradoras. No le faltaba estatura, de ojos claros, pelo ligeramente revuelto, simpático, de conversación animada y polémica, daba la imagen de un galán, un ‘guaperas’.
Conoció el éxito y el desencanto en sus subidas al ring en los principales coliseos de la época: Gran Price de Barcelona, Velódromo de Mataró, las plazas de toros de Las Ventas, Buenavista, La Monumental y Vista Alegre, de Madrid, Oviedo, Barcelona y Bilbao, e incluso en el entonces novedoso y amplísimo pabellón de la Feria de Muestras bilbaína.
Boxeó con lo más destacado y florido del ‘vademecum’ de aquí y en el extranjero –Italia, Francia, Alemania y más- y por ello tuvo lógicos tropiezos con púgiles tan serios y duros como Luis Folledo, que le dejó k.o., y José Durán, que le superó a los puntos. Sin discusión, tras victorias claras frente a fáciles, difíciles y ‘mediopensionistas’ boxeadores, su derrota más dolorosa la sufrió en Bilbao en 1967 ante su público al irse a la lona víctima de un ‘uppercut’ de derecha de Ángel Guinaldo.
Conoció el éxito y el desencanto en sus subidas al ring en los principales coliseos de la época
En los quince años de pugilismo combatió en todo el arco de pesos entre el welter y medio. Puso stop, una retirada a tiempo, después de perder en Barcelona el 19 de abril de 1975. Pero durante años, Jose Mari Madrazo siguió regalándonos a los periodistas sus comentarios sobre esto y lo otro, siempre con pimienta, escupiendo titulares y titulares en cada conversación, porque en eso también fue un campeón.
Antes que la traicionera enfermedad se hiciera más patente fue protagonista de un documental titulado escuetamente “Madrazo” en el que contaba su vida y milagros y se le veía en el gimnasio repartiendo al punching-ball, haciendo sombra y otras maniobras, así como corriendo en chándal por Olabeaga, yendo en paralelo a la ría, moviendo piernas y brazos en ademán boxístico con la ilusión de un chaval.
Los nostálgicos del boxeo de ayer, los de la segunda etapa dorada del pugilismo en Bilbao (años 60 y 70, hubo una anterior los años 30,40 y 50), te dan las gracias por lo que has sido y dado.
Por Ernesto Díaz, 55 años en el periodismo deportivo de Bizkaia
Perdona, Ernesto, pero quería puntualizar que mi padre no tiene exactamente Alzheimer. Su diagnóstico es demencia pugilística.
Gracias Ernesto por tus bonitas palabras hacia mi padre, gracias también por preocuparte por su salud y por formar parte de los amigos que le queréis de verdad. Un saludo
Soy May Madrazo, hija de José Mari y colega de Ernesto en este sufrido oficio del periodismo. Gracias por acordate de mi padre, ahora que él no se acuerda de ti. Pero sí recuerda sus años de campeón y sigue haciendo alarde de ello.