El Athletic, del 'biscotto' a la galleta
Si accedemos a cualquiera de los diccionarios de italiano–español que podemos encontrar en las bibliotecas y librerías o en Internet y buscamos la palabra biscotto, la traducción en todos los casos siempre es la misma: galleta.
No tengo del todo claro si la actitud con la que el Athletic Club saltó al Pizjuán en esa tarde del sábado, menos calurosa de lo previsto, fue la del que se tumba en el sillón del dentista, agarra al susodicho por la entrepierna y le espeta un “¿No nos haremos daño, no?”. Lo que sí que quedó diáfano es que el equipo no dio la máxima medida que se les suponía y se les exigía en un partido de tal trascendencia y regresó a Bilbao llevándose una soberana galleta.
Hecha esta introducción, lo de Sevilla puede servir como muestra de lo que ha sido el tramo final del Athletic en esta campaña en la que el equipo, en los choques lejos de San Mamés, no ha sido capaz de dar el arreón final que le permitiera hacerse con un premio que ya rozaba con las yemas de los dedos. Un premio, sí, con el que prácticamente ninguno soñábamos allá por Navidades, cuando veíamos sobre nuestras cabezas la imagen de una guillotina tan afilada que era capaz de cortar al bies una hoja de papel de fumar.
Es comprensible que el equipo, una vez liberado de la soga de ese descenso que se le cernía al cuello dejara de bracear, relajara los músculos y tomara aire tumbado en la arena como el que consigue alcanzar la orilla después de una odisea a nado con el agua al cuello y en la que se veía ya ahogado. Creo que todos lo podemos considerar como una reacción muy humana.
Pero aún había tiempo para mucho, y lo que me resulta muy complicado de entender es por qué, una vez liberado de ese lastre y esa presión, y con la soltura que te permite el jugar sin tal tensión y el bloqueo que te pueda generar, el equipo ha mostrado un juego tan ramplón y sin la mínima pegada necesaria para alcanzar un objetivo que tampoco resultaba tan imposible ni requería de un esfuerzo titánico, como se ha visto, ya que ha estado al alcance hasta la última jornada.
Da la sensación de que solventado el problema principal de lograr la salvación a principios de abril, y con el equipo asentado en la octava posición, el relajo ha desembocado en una especia de inercia que nadie ha sido capaz de transformar en un suelo sólido que permitiera ser la base en la que coger el mínimo impulso necesario para acceder a un objetivo mayor, el de la clasificación para Europa.
Muestra de ello es que en los últimos cinco desplazamientos, Getafe, Bernabeú, Leganés, Valladolid y Sevilla, el equipo sólo ha logrado tres puntos y sólo ha conseguido un gol, el marcado en propia puerta por En-Nesyri.
La pregunta que me surge ante tales hechos es si existe la capacidad y la calidad suficiente en la plantilla como para venirse arriba y buscar ese objetivo que ha estado durante más de un mes al alcance de la mano pero que finalmente no ha sido capaz de lograr en ninguna de las oportunidades que ha tenido.
Quizás lo más preocupante de todo es la sensación de escaso optimismo que ha dejado este final de campaña de cara a la próxima temporada. La sensación de decepción ha calado bastante y contrasta con el sentimiento de optimismo que se asentó en la afición hace unos meses cuando Garitano dio la vuelta por completo a trayectoria que llevaba el equipo. Una lástima ese regusto amargo que ha dejado el tramo final, sobre todo a domicilio.
Veremos que sucede durante este verano y que trabajo se hace desde el área deportiva para configurar y reforzar la plantilla de cara a la próxima temporada. No sé si los responsables tienen ahora la lupa puesta abajo, fuera, o en ambos lugares, pero urgen refuerzos que refuercen y aporten suficientes dosis de calidad y motivación al equipo de Garitano, ya que parece estar bastante necesitado de ambas.
Y como no quiero ver todo demasiado oscuro ni la botella medio vacía, voy a quedarme con una pincelada de optimismo de cara a la campaña venidera: no estará Undiano Mallenco. Algo es algo.
Por Jon Spinaro