El año más feliz
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Hubo un año, un tiempo, un siglo, el siglo pasado, en el que creí que para ser feliz hacía falta el vino, alguna droga, dinero o así. Creí que las culpas eran más grandes que la posibilidad de redimirlas. No hablé con nadie. O con casi nadie. Canté por no llorar. Y al llorar, sonó la canción. El deshielo brotó de la inteligencia desheredada. Fue el único amigo y compañero al que llevé conmigo a mi dormitorio de otoño. El amor se quedó enganchado entre las rubias pestañas de los terribles infantes. Nadie durmió más aquella noche que duró un año, un tiempo, un siglo, el siglo pasado, el que vale por todos los siglos que le faltan al mundo, a la historia, al tiempo y al año que pasé prometiendo que algún día, de un año, de un tiempo, de un siglo, diría lo contrario.
El año después de ese año, de ese tiempo, de aquel siglo, del siglo pasado, en el que creí que para ser feliz no hacía falta el vino, ni droga alguna, ni dinero o así, creí que eran más grandes las posibilidades de redimir mis culpas que ellas mismas. Y hablé con alguien. O con casi todos (en este caso, todos era lo mismo que alguien). Canté por no sonreír. Y al sonreír, sonó la canción. El hielo volvió a cubrir la sencillez heredada. Fue la única amiga y compañera a la que llevé conmigo a mi calle de primavera. El odio se quedó liberado entre las canas calvicies de los amables ancianos. Alguien durmió aquella noche que duró un año, un tiempo, un siglo, el siglo pasado, el que vale por todos los siglos que le faltan al mundo, a la historia, al tiempo y al año que pasé prometiendo que algún día, de un año, de un tiempo, de un siglo, diría lo que estoy diciendo.
Y este año, luego de aquellos años, de aquellos tiempos, de aquellos siglos, de los siglos pasados, en los que siempre supe que para ser feliz no hizo falta más que las ganas de serlo, sin culpas, sin penas, sin redención y sin necesidad, he amado con tantas fuerzas que han traspasado una piel y estrujado unos huesos de ALGUIEN QUE, ANTES DE SER TODOS, YA FUE MÁS QUE NADIE, a las bondades de su alma que no existe, y a la largueza de sus rotundos brazos o espirituales encinas que se derraman en las sábanas de mi deseo, que sí existe, una piel que no hay sábanas con las que cubrir y unos huesos que no hay vendas que los amortajen. “Sufriendo unidos crecen los amores”, quizá sea el verso perfecto del “Te quiero porque te quiero”, de Pablo Milanés, quizá el único verso de la única canción que envidié por no haber sido yo quien la escribiera.
Y, aparte, como si no quisiera seguir acabando de amar, a mi hijo mayor, a mi abuela menor, a mis padres —a los dos por igual— y a la luna, quisiera brindarles con champan, uvas o el resto de las tonterías que ponen sobre la mesa, un feliz año. Y feliz tiempo. Y feliz siglo, si alguno o alguna resiste para contarlo.
Y el año que viene —me refiero al que vino— me traiga lo mismo que el año más feliz me trajo el año pasado. También el cambio climático está afectando al anual, al temporal, al secular, al histórico y al artístico, al religioso y al vertebrado.
Felicidades a mi chusma selecta. Y que le den por culo al presidente del gobierno, del que sea, de cualquier siglo… Y ya no quiero felicitar a nadie más porque se me pueden escapar algunos importantes, y no quiero dar a entender que no deseo su felicidad. Y, aunque es real que a más de uno o de una no se la deseo, no creo que estos sean los días más oportunos para que se me note. Que al menos el año no sea infeliz.
JUAN CARLOS ARAGÓN
Esto no tiene precio. Gracias Juan Carlos por escribir así.