Dila cantando, Bob

Al principio me quedé perplejo. Lo primero que me dije fue "no será tan auténtico; algo estará haciendo mal para que la Academia lo premie". Luego, cuando oí el argumentario de la Academia para justificar el Premio me convenció, y tanto. Lo de su aportación a la literatura desde la canción americana, la incorporación de formas poéticas novedosas, su popularización del arte literario… Vale. Ya era hora de que premiaran una forma de escribir que pusiera cachonda a tanta gente a la vez.

Que la poesía es un género de minorías, es un argumento poco conmovedor, muy débil en todo caso, amparado en un falso elitismo literario que no está presidido por la sensibilidad, sino por el delirio de reservar la excelencia para una cúpula. Porque reconozcamos que la mayoría de los poetas ad hoc, como la mayoría de los artistas autodenominados de vanguardia, presumen de ser cúpula cuyo arte sólo entienden otras cúpulas, crápulas cúpulas que copulan menos que el chófer del Papa, que va siempre diciendo adiós.
La poesía no es un género de minorías. En Latinoamérica la gente recita de memoria los poemas de Neruda o Benedetti, y cantan las canciones de Silvio Rodríguez como himnos. Por cierto, los motivos aducidos para el Nobel de Dylan son los mismos por los que tal vez, y antes, debieran habérselo dado al cubano. Pero entre un americano y un cubano castrista que canta en español mejor que los españoles, pues el americano, al que traduce todo el mundo, aunque no tantos entienden, como yo, que con Dylan no necesito que sus palabras signifiquen; lo poético ya va en la música, en la dicción, en su timbre al cantar.
Insisto. La poesía no es un género de minorías. Pero hay que saber venderla. En cierto libro afirmé sin ambages que "en el sur de Spanien, se han acercado más jóvenes a la literatura gracias al carnaval antes que a sus profesores". Es cierto que la sensibilidad literaria es una de las primeras que se atrofia entre las App y las putas consolas, pero ello no exime de responsabilidad a los programadores de una asignatura que se supone que es un arte, y terminan convirtiendo en un coñazo que espanta a la mayoría de los adolescentes antes de que salgan del instituto. ¿Tan difícil es? ¿Cuál es el sentido del purismo literario? ¿Quién marca el criterio de lo académico? ¿Homero?

Siglo XXI. La literatura de armario no existe. Si los versos hay que cantarlos, pues se cantan, porque así entran mejor. No olvidemos que la poesía greco-latina tenía un ritmo que los cristianos sustituyeron por rima, y los modernos-modernísimos por nada. Y sin ritmo ni rima, lo poético se convierte en un campo abierto para intrusos de ron y mascota, que dicen las mismas tonterías que Belén Esteban pero con otro rollito, de forma que no se entienda. ¿Me puede decir algún profesor de literatura por qué no deja de dar el coñazo con Garcilaso y Góngora, y lo cambian por mí —o por Tino o Carapapa o Bienvenido o Ares— como me consta que han hecho ya unos cuantos? En mi caso personal, no cobro por eso, la mayoría de las veces ni me entero, no me conceden apenas premios, ni siquiera finales, ni el antifaz de oro, ni el Baluarte… pero mi obra de carnaval presta un servicio literario a la juventud que otras vacas sagradas del siglo de oro y de las luces no prestan. Mi poesía no es mejor. Simplemente llega más ahora, por la edad, el tema, la transparencia y la manera de desnudar el sentimiento: úsenla de propedéutica, sin profilaxis. Si lo hacen a la inversa el resultado es la sorpresa por el Nobel de Dylan, cuando la sorpresa real es la que la que Academia Sueca nos da cada año con el Nobel de Literatura, al que estaba a punto de transformar en el campeonato mundial del tedio en verso.
A menos que se trate de seguir reduciéndola a fósil literario —si no lo es ya— a la poesía hay que echarla a la calle, a que se busque las papas. Si la poesía le da vida a la gente, la gente le dará vida a la poesía. Es necesario que, en los tiempos actuales, empecemos a pasar por encima de las cátedras, que apestan a muerto que tiran de espaldas. La poesía popular debe ser la única. La impopular, la otra, la críptica, hermética, enigmática y jeroglífica, no tiene ya ningún sentido
Hoy mi nevera está de fiesta. Mi vida y mi obra también. Abraham Sevilla me apoda el "Dylan del Carnaval". Entended mi orgullo. Sabía que me quedaba poco para el Nobel, pero confieso que no lo esperaba tan pronto. Ya que nunca me lo van a dar —el que manda los currículums a Estocolmo es Quiñones—, que se lo den a mi maestro, a uno de ellos, a mi sombrero, a mi pañuelo, y a una interpretación de lo poético que casi nadie compartía conmigo.
A partir de ahora seremos más, primo.
JUAN CARLOS ARAGÓN