La Serverissima
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Antes de nada, querido lector, advertirte que si ibas a leer el artículo de hoy solo con la curiosidad de encontrar el nombre de la comparsa que viene, no sigas, déjalo para otrasemana, u otro mes, que ya se me está pasando la inercia depresivo-creadora lógica del poscarnaval, que no hay mal que cien años dure ni primavera que lo resista. Ahora estoy soñando y no quiero despertar. Sueño de leyendas y pasión. Y, entiéndeme, sueños como éste, ni te los da cualquiera, ni se sueñan a diario. Me refiero al sueño del fútbol, al sueño del Cádiz…Podremos ascender o no. Eso se verá al final del sueño, cuando la claridad nos despierte. Pero lo que estamos viviendo esta temporada es un sueño en toda regla, y la vida es sueño y los sueños… O no.
Aunque la afición jamás lo mereciera, los cadistas hemos estado muy apaleados durante las dos últimas décadas. Ya nos tocaba. Este año aspirábamos a mantenernos con dignidad en la categoría de Plata, como en La Tacita. Pero a poco que avanzó la liga empezamos a pellizcarnos para salir del sueño… o seguir en él. Fútbol inglés, no. Fútbol gaditano. Espíritu Simeone, no. Espíritu Cervera. Ya está bien de usar referencias superiores teniendo originales de pata negra. El Cádiz de Cervera se ha ganado a pulso su referencia propia. Otrora fue Mejías, fue Mágico, fue Oli, fue Pavoni… Ahora es Cervera y su espíritu proyectado sobre 11 más. ¿Quiénes? Da igual. Los que estén en la cancha.
Confieso que no iba a Carranza por superstición. Lo veía por la tele sin gafas, yendo y viniendo a la cocina y a la terraza, como cuando lo escuchaba por la radio. Aun cuando jugaba en el pozo de la segunda B y lo seguía por Tuiter, confieso que una derrota me amargaba la mitad de la semana, y durante la otra mitad me blandía de fe para resucitar la esperanza. Ya no, porque hasta perdiendo me llena de orgullo. No deja de sorprenderme. O quizá si, porque es continuo. Cada partido, gane o pierda, el orgullo de ser cadista, este año —además— contiene un argumento estrictamente futbolístico, al margen del sempiterno amor a los colores, a la tierra. Para sumar encima vienen leones. Como el del escudo, pero de Bilbao. Me llega más aún. En orden cronológico, el Bilbao fue mi primer equipo. La primera camiseta que me enfundó mi padre fue la bilbaína con el 9 de Arieta. La segunda, la nuestra con el 8 de Carvallo. Los vascos me inspiran una tremenda emoción contenida. Los de Euskadi tienen algo de “euskaditanos”, que no sé exactamente qué es pero lo tienen. Será por eso que si doblamos el mapa por la mitad nos bañamos en la Ría de Nervión… o ellos en nuestra playa, que les cae más cerca que la de Laredo, y además no está en España, sino en Cádiz, que también es patria —o debería serlo…—. La mayoría de la plantilla no es de Cádiz, pero lo parece, y eso es suficiente. Para sudar la camiseta de esa manera no sólo hay que ser profesional, sino sentir el color y el escudo y defenderlos como si hubieras nacido con ellos cosidos en la piel.
No quiero destacar nombres propios. Con el del autor de la Serverissima se resume y define todo lo que es el Cádiz actual. Un equipo de primera. Aunque aún juegue en segunda. El himno de Manolo Santander se remata con un “viva” a los cojones de los cadistas. Ahora hace falta otro para los cojones de la Serverissima, que también rematan, pero a gol. Siempre dije que si la afición iba por delante del equipo, mal asunto, porque la posición natural de la victoria es, primero el equipo e inmediatamente detrás, y encima, la afición. Como estamos ahora. Y así nos va. Ganar en Girona no debe ilusionarnos con el ascenso directo sino directamente con el ascenso, que no es lo mismo pero es igual. Hay euforia. Todos lo sabemos. Pero cuando la euforia es resultado del éxito del trabajo bien hecho, no debe llamarse euforia, sino confianza. Y lo dice uno que en cuestiones de fe curra menos que su propio peluquero.
Con estas palabras no pretendo fortalecer el entusiasmo. No hace falta. Las virtudes de la prudencia y la cautela no deben suponer un freno a este entusiasmo del que hablo, pues aquí no hay imprudencia o temeridad alguna que frenar. Todo es tan real como la memorable temporada que está dando. Para una vez que soñamos despiertos que nadie venga a despertarnos. O, metáforas aparte, estamos despiertos, tan despiertos como la propia Serverissima. Por cierto, mi homónima comparsa quedó segunda. Algunos la descartaron porque —según decían— cantaba en italiano, delatando que no conocían el italiano… ni el español. Pero no importó. Siguió concursando en su idioma. Al final ascendió y quedó para la historia. La Serverissima ya ha quedado para la historia. Ahora solo le falta lo otro. Pepe, dile a Álvaro cómo se hace (aunque quizá ya él lo sepa).
JUAN CARLOS ARAGÓN
¡Que te gusta el fútbol Juan!