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Pregúntenle a Mery
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Pregúntenle a Mery

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Juan Carlos Aragón

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En conferencias, tertulias, coloquios, entrevistas… siempre la misma pregunta y siempre mal formulada. Cuando las propias mujeres me piden una reflexión acerca del papel de la mujer en el carnaval parece que —presas aún de una concepción machista del carnaval— plantean el carnaval como un teatro en el que el reparto de los papeles hay que hacerlo en función del género, como dando por hecho que al varón le toca el de starring, pero ella no tiene uno claro asignado, ni secundario ni de protagonista. Quizá, lo de preguntar por un papel para la mujer en esos términos, sea el resultado de haberse visto limitada al de majoret, ninfa o musa, papeles pasivos, floreros, ideas o, mejor dicho, ideales.

Entiendo que la pregunta como tal parte de un planteamiento erróneo. El varón ha hecho en el carnaval y con el carnaval lo que le ha dado la gana, sin preguntárselo a nadie. La mujer debe hacer justo lo mismo. No tiene que preguntar, ni pedir permiso, ni aspirar a ser reconocida. Pero si lo que anhela es el reconocimiento —que está en todo su derecho—la cuestión es más simple. Tan simple como el carnaval mismo.
Recuerdo a las épicas Molondritas inaugurando la chirigota femenina. Desde entonces hasta hoy, la lucha por la igualdad ha llevado a la mujer a completar grupos de varones o a completarse con varones en la instrumentación, la afinación y la autoría de sus grupos. Así el reconocimiento no llega, pues mientras complete o se complete, seguirá sujeta al orden que pretende invertir o ignorar. La credibilidad y el reconocimiento llegará cuando las comparsas o chirigotas de mujeres sean escritas, dirigidas, cantadas e instrumentadas solo y exclusivamente por mujeres. Y lo más importante: sentidas como mujeres, misión imposible para la mayoría de los varones. Ninguna de las cuatro facetas son propiedad exclusiva del varón. Hoy por hoy, las agrupaciones mixtas sigue pecando de una alternancia de subordinación y mímesis que no la terminan de hacer creíbles de cara al aficionado del Concurso, por muy bien hechas que estén (que muchas lo están). Si los hombres cantan bien, las mujeres más. Y si ellos tienen gracia, ellas ni te cuento. Pero tienen que olvidar la referencia, el modelo histórico… el varón. Necesariamente. Mientras no lo consigan, es difícil que llegue la consagración y el reconocimiento, y la pregunta acerca de su papel siga siendo tan abundante, mal hecha e imposible de responder como hasta hoy, porque esto, insisto, no es una cuestión de reparto de papeles, sino de libres y espontáneas voluntades.
Desde Las Muñecas de Marín y Las Chirigóticas, ha habido y hay muchas ilegales femeninas que no tienen nada que envidiarle a las de los clásicos varones. Es más, en ocasiones las superan en frescura, descaro, novedad y pureza. Pero estamos hablando de un carnaval, el de la calle, que aunque sea más auténtico no es la plataforma desde la que se lanza la pregunta por el papel. Quizá en ese carnaval de verdad la pregunta no se hace porque sobra. Otra cosa es que dicha pregunta esconda el interés por el triunfo social en el Falla (que creo que es por donde va), y eso ya no es una cuestión de género sino resultado de la necesidad de ganar, tan común a unos y a otras. Pero llegados a ese legítimo extremo de querer ganar un concurso que ya no es solo de hombres, y se trata de ganarlo como mujeres, la única posibilidad que se me antoja es la que he anticipado antes, y que de alguna forma canté con La Guayabera como antecedente de la supresión de las ninfas, una de las instituciones más medievales que han subsistido anacrónicamente en el carnaval contemporáneo.
El otro día conocí a Mery, una joven aspirante a comparsista, que me pedía consejo sobre cómo hacerlo, femeninamente, sin intervención masculina. Yo le respondí en la dirección apuntada. Pero ella, entre insegura y compungida, me comentaba la dificultad de convencer del proyecto a sus compañeras, si en el proyecto no contaban con alguna masculina pluma o dirección reconocida. O lo que es lo mismo: no se fiaban de que un proyecto como el de Mery pudiera cuajar, máxime si aspiraban a “competir”. Y me preguntaba yo, ¿a competir con ellos o entre ellas? Al Falla no se va a competir. Los hombres estamos muy mal educados, y creo que esa mala educación se la hemos inculcado a las mujeres. El Falla es un festival de carnaval (además de un Concurso), y si se toma como tal, cada cual, hombre o mujer, debe ir a divertirse, más allá del premio... y, por supuesto del género. Mas, si en todo caso, es una lógica cuestión de auto desafío femenino, el primer paso es la ignorancia del varón, que nunca fue necesario ni imprescindible para nada de lo que la mujer pretende hacer en carnaval. Y si me apuras, tampoco tiene nada que enseñarle a la mujer como género. Ella baila sola. Ella sola también sabe cómo cantar y hacer reír. Y muy bien, por cierto. A los ejemplos anteriores me remito.
Así, que si alguna está de acuerdo conmigo y se lo está pensando, pregúntele a Mery.
EL RUBIO (un tanto andrógino esta vez).

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