El Método Astilleros
Nunca olvidaré aquellos obreros que cortaban el Puente Carranza. Vi arder la ciudad varias veces. La sede de un partido autodenominado de izquierdas en llamas, en el 95. Parecía la guerra. Y de alguna forma lo era. Durante los primeros compases contaron con el apoyo de (casi) toda la ciudadanía, consciente de que, si Astilleros iba al carajo, la Bahía iría detrás. Bien es cierto que eran unos años en los que los valores de pata negra estaban muy por encima del consumo, el bienestar y la guerra de las galaxias. Con el paso del tiempo, la solidaridad ciudadana fue aminorando, pero ello no restó dignidad obrera ni coraje civil a los métodos utilizados para seguir defendiendo sus puestos de trabajo o, en el peor de los casos, una salida más que airosa. El grito de “¡ASTILLEROS, NO SE CIERRA!”, retumbará nostálgico para siempre en mis oídos como las campanas de San Juan de Dios.
¿Qué pasa ahora? ¿Han convencido a las nuevas generaciones del valor moral heredado del cristianismo ese de la NO VIOLENCIA? Defender la No Violencia como valor no es más que una expresión del miedo de las autoridades a tener que ceder su poder por cojones ante la unión real del pueblo. El pueblo unido cantando o aporreando la cacerola no asusta al poder. Las manifestaciones son simplemente molestas, y la molestia se ceba solo con los inocentes ciudadanos: las autoridades contra las que van dirigidas celebran mientras un desayuno de trabajo en el que usan dos servilletas: una para la comisura de los labios y otra para la pipa del coño/punta de la polla, según el caso. Son partidarios de la negociación. Yo, en cambio, sólo creo en la violencia, activa o pasiva, pero violencia al fin y al cabo, como único método para luchar y conseguir lo que entiendo que me corresponde. Y resulta paradójicamente sospechoso que los que la condenan son precisamente los mismos que mantienen su monopolio.
Últimamente hay mucha gente en la calle, pensionistas, feministas, antiderogabilistas… Hasta ahí bien. Pero eso solo no vale. Estos gobiernos saben mejor que ningún otro poner en práctica la máxima política de la absorción de la periferia por el centro. Así es como se disuelve cualquier movimiento marginal que parte de la periferia en dirección al centro con un potencial alta y realmente subversivo. El centro gusta a todos —salvo a los románticos que siempre nos atrapa el encanto de las esquinas—. El centro es aburrido pero redentor. ¿No habéis visto a la pandilla de Emepunto y Riverita con el lazo morado, que les queda en la solapa igual que una melena rastafari? ¿O la ternura con la que se dirigen a la causa de nuestros mayores? ¿O al Ministro del Interior exhibiendo la bufanda del Pescaíto? ¿No visteis cómo disolvieron la pureza del 15-M reconduciendo su caudal revolucionario hacia un partido que perdió todo su potencial al convertirse precisamente en partido y entrar en las instituciones?
Me preocupa mucho que las feministas presuman de no haber usado la violencia. Cierto que el 8-M no hizo falta, pero si no fuera por la violencia que usaron nuestros antecesores en otros momentos históricos de mayor orgullo civil, seguro que nos quedaría bastante más por hacer.
Todo esto quiero que desemboque en la causa y maneras que están afectando últimamente a uno de mis gremios, el de los docentes interinos. Está teniendo cojones y ovarios para hacer huelga y mani, pero va a hacer falta otro paso más si queremos ganar: el método Astilleros. Por las buenas nos vamos a comer una memorable réplica del nombre de mi columna. ¿Por qué creéis si no que le han subido más de 500 pavos a los nacionales y 700 a los picoletos? ¿Por la equiparación salarial? No exactamente: porque van a necesitar quien arríe sin problemas de conciencia contra la población civil desarmada, que si ya está en la calle con el tiempo que hace, imagínense cuando llegue la primavera.
Sé que a los docentes les cuesta montar una barricada y que muchos celebran con sus alumnos el día de la No Violencia (no es mi caso). Pero cuando la Consejería echa tu puesto de trabajo a rodar por el alambre, entonces se abre la excepción justificada de la violencia, como defensa propia y colectiva. ¿O no es acaso violento el estado en el que se encuentra el históricamente desgarrado ano de los interinos? De hecho la Gaya Consejera ascendió al cargo sabiendo bien lo jodido que era ser interina y, mejor aún, lo que era la UGT, esa Secretaría General de la Junta que en los años 80 parecía un sindicato.
Alguien dirá que estoy haciendo apología de la violencia. Es lógico, pero erróneo. Más simple. Hago apología de la legítima defensa del mantenimiento del puesto de trabajo, siguiendo la ruta prevista en democracia, en el mismo orden: ERE encubierto, disconformidad, protesta, negociación frustrada, paro, manifestación, nueva negociación frustrada, burla en tu cara, codazo a tus espaldas, paro, manifestación… y violencia. Sí. VIOLENCIA. Activa o pasiva, en todas las democracias se ha usado la violencia cuando la ruta protocolaria ha llegado al final sin éxito y con la justicia ausente. Y ¿la justicia qué es? ¿lo que yo entienda por justicia? Más o menos. Otro día lo explico mejor.
JUAN CARLOS ARAGÓN
En este caso, la cruda Verdad no puede ser otra que la legítima defensa del puesto de trabajo, es decir, la legítima defensa de nuestra Vida.