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Aquí paz y después gloria
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Aquí paz y después gloria

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Juan Carlos Aragón
Sánchez y Rajoy, en el Parlamento tras la moción de censura.
Sánchez y Rajoy, en el Parlamento tras la moción de censura.

¡Qué carajo va a hasé este tío con 84 diputados…! Y ha cogido el tío y ha puesto un gobierno que ha recordado a los galácticos de Florentino. Tá lusío, picha, por lo menos pa empezar, que no es poco. Después de lo que llevamos aguantado desde hace siete años, este chute de prestigio y progresismo (con algún que otro interrogante) ha perfumado la iberia de los mafiosos con aromas de Ilustración Française.

La opinión es un derecho, ciertamente, y a nadie se le niega. A mí lo que me espanta es cuando la opinión se fortalece apretando la voz y retorciendo el gesto, que es una forma de opinar más española que la tortilla de papas. Al carajo los argumentos. Una de las herencias del franquismo es precisamente esta: la opinión “contundente”. Plantear el entendimiento con la parte contraria para llegar a un acuerdo se llama TRAICIÓN, en Spain, claro. Pero, oye, que eso de entenderse, en Europa está siendo una tendencia. Siempre ha habido una pluralidad de realidades y una diversidad de intereses dentro de cualquier tipo de comunidad, lo que ocurre es que ahora en los países más avanzados se va aceptando, y van dándose cuenta del éxito de esa máxima de la abogacía: “más vale un mal pacto que un buen pleito”. Por eso, si un país quiere avanzar, no pleitea: pacta.

En todo pacto se sacrifica una parte del interés personal en beneficio de un bien común (que, de algún modo, también redunda en el personal). Pero esa aritmética política hay mucho ibérico suelto que se niega a entenderla. Y, si la entiende, se niega a aceptarla. Es por ese motivo, y no por otros, por lo que se da por hecho que un gobierno con 84 diputados tiene que ser un gobierno débil, por cojones. Pues mira tú por donde, esos 84 diputados, de pronto, se convirtieron en 180 y echaron a volar las gaviotas. Como reconoció el Coleta en un modo disculpas que le honra, “esto mismo se podía haber hecho antes y nos hubiéramos ahorrado muchas cosas”…

Si las minorías parlamentarias parecen condenadas al fracaso es solo y exclusivamente porque en nuestros 40 años de democracia se ha gobernado a golpe de mayorías absolutas (o casi), lo que equivale a dictadura parlamentaria. Y la democracia no es eso, sino más bien lo contrario, que es lo que tenemos —y lo que vamos a tener a partir de— ahora. Así que, o nos acostumbramos a jugar de otra forma, o vamos a ver los partidos desde la grada.

Sé que la mayoría de los políticos actuales no han leído El Contrato Social ni El Espíritu de las Leyes, y si lo han hecho, se han limpiado el culo con sus páginas. Se nota. Pero la democracia representativa no la inventaron ni Hernando, ni Rufián, ni Soraya, ni Monedero, sino Rousseau, Voltaire, Montesquieu y unos cuantos ilustrados más que valían igual para el XVIII que para el XXI. En cambio, muchos de nuestros “demócratas” han nacido con ocho o nueve siglos de retraso: en la Edad Media hubieran estado como cochinos en charcos.

No se nos puede olvidar que la espiral del franquismo no ha desparecido, que la transición empezó del carajo pero no se acabó. Y no porque el último gobierno siguiera financiando a la Fundación Franco, ni porque no cumpliera con la Ley de Memoria Histórica, ni porque no le retirara la condecoración a Billy el Niño, ni porque los ministros cantaran a grito pelao “Soy el novio de la muerte”, ni por mil estafas más, que también. La transición no ha acabado porque, de momento, no hemos sido capaces de entendernos con quien no lo ve como nosotros y, por tanto, lo hemos terminado convirtiendo en nuestro enemigo. Eso no es democrático. Es pre-democrático, o sea, post-franquista, o sea, antediluviano. Y así es imposible que una sociedad avance.

La violencia engendra violencia, y la dictadura parlamentaria del bipartidismo español la ha engendrado hasta el extremo de reprimir con violencia el movimiento indignado, de endurecer las leyes y las sanciones para la libertad de expresión como en ningún país de Europa. Una simple citación judicial usa un lenguaje violento (incluso mis propios artículos, en cuanto se me cruzan dos gaviotas…). El monopolio de la violencia ha sido tomado al pie de la letra por el Estado y ha ido in crescendo. Cuando nos comparan con países de nuestro entorno se empeñan en ponernos al lado de Francia, Alemania o Luxemburgo, cuando nuestro entorno real son los países africanos. A ver si nos fumamos una gran trócola nacional, constitucional, consensuada, sin chupar la boquilla y nos serenamos un poco. Muerto el perro acabó la rabia. El perro no ha muerto. Pero se está arrinconando solo. Esperemos que la rabia tenga una convalecencia corta y podamos disfrutar —literalmente, DISFRUTAR— del diálogo y el acuerdo con quienes creímos enemigos por el simple hecho de vivir una realidad histórica, social o geográfica distinta de la nuestra. A eso es a lo que llaman paz social. Hagámonos de un puñetera vez dignos de ella.

Pd.: Presidente, le recuerdo que es de bien nacido ser agradecido. El apoyo incondicional no es un cheque en blanco. No lo confunda, que es muy pronto. Ya sabe por donde voy.

JUAN CARLOS ARAGÓN

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