Si no la da a la entrada, la da a la salida. El cabrón. El muy cabrón. El que convierte el verano en pesadilla. O la estación que le coja. Maldito sea. Especialista en vacaciones. La gran alianza de Pablo Le Pen contra la inmigración africana. El único que la frena. El cortapunto histórico gaditano. El que dicen que echó a los fenicios. Y a nosotros no porque no tenemos adónde ir.
Me río cuando dicen que nuestras playas son las mejores de España. Para fotografiarlas. “Menos cuando hace levante…”. Aro. Cuando hace poniente se está del carajo, ¿no? No hace calor, cierto, pero a costa de un viento que ha tenido a medio Cádiz resfriado desde que empezó el verano. Si al menos tuviéramos una hostelería que restaurase la catástrofe meteorológica y emocional… Pero dada la que tenemos, no es más que la puntilla, pues aquí no hay otra alternativa veraniega que la playa y el deporte al aire libre. Pues nada. A nadar en la piscina del Pabellón Polideportivo Ciudad del Rubio. A jugar al padel en Rubio Bull. Y a hacer artículos sólo para cagarme en la reputa que lo parió (al levante, entiéndase). Y de camino, darle otra colleja a la hostelería gaditana. La peor que conozco. Además de cara, sucia, mal servida y peor descongelada. Y no es turismofobia. No es necesario. Ya se encarga —entre el uno y la otra— de echar al que viene o de invitarle a que no venga más. Si en vez de Teófila hubiera estado antes Kichi I de Rotterdam, estoy seguro que no se hubiera derrochado dinero en hacer el Puente de la Pepa, sino una enorme tapia de metacrilato que paliara el irreparable daño causado por la llegada del cabrón más ancho del hemisferio. Con su puta madre. ¿Esto ya lo he dicho? Pues lo digo otra vez.
Que guay el verano. Calor extremo. Sal pegada. Arena volando. 1,60 un café de mierda en la Plaza Mina… Hay que buscar alternativas en el breading o en la gallorda, como está descubriendo Millenials. Ya, ni los helaítos. El niño se tomó una tarrina de chocolate en la Cremería y se puso la camiseta de Argentina como la suplente de Croacia. Yo me tomé una de Payoyo y le puse al que estaba a mi izquierda su mochila negra como un dálmata. Me miró como diciéndome. “¿Qué hase, cabrón?”. Y yo me limité a mirar simultáneamente al origen del viento y a él, como diciéndole: “Pa que te pone ahí, carajote, ¿no has visto de dónde viene el viento?” Asumió la derrota y se metió dentro de la farmacia. No pude ni fotografiarlo.
Solo me consuela que —entre el verano del 16 y el del 18— el levante se haya convertido en argumento suficiente para rescatar el cantonalismo decimonónico, que la sustitución del cuadro del emérito cazador de elefantes por el de Salvochea en la choza consistorial del Kichi no ha valío na más que pa que los fachas protesten: ahora es cuando hay que proclamar ¡Cádiz pa los gaditanos!, pero por cojones. A vé quién se quea aquí, si no.
A excepción de la ruina que está suponiendo para los chapuceros hosteleros de la Costa de la Catana, lo siento en el alma por todos aquellos veraneantes que han echado de menos a su Ssevilla, su Cárdaba o su Madrizz. Que han tirado el dinero. Que se han quedado sin vacaciones. Por nosotros no. Tenemos lo que nos merecemos. Si en 3.100.000 de años de historia no hemos tenido valor para frenarlo, luego no nos quejemos. A mis medio paisanos de La Almadraba les digo lo mismo.
A ver si este pasodoble que no quisieron cantar Los Peregrinos sirve, al menos, para que role al sur, que también es un coñazo, pero con menos arena pegá en la cara.
De cuál de los miles de infiernos viniste.
Maldito ladrón de la sal de la playa.
Debajo del sol, cuando rompes y estallas,
nos falta escondite
pa tanto canalla.
De cuál de los viejos desiertos de arena
te mandan para quebrantar
a las olas del mar y a las aves del campo.
De cuál, comandante del mal, vengador criminal,
semental de las penas.
De cuál de los miles de infiernos viniste hasta aquí,
ay, maldito diablo.
Con la paz, con esa blanca paz,
que se respira en las calles antiguas de la libertad,
perfección de las piedras, recortando el cielo,
azul es el cielo, la tarde amarilla,
roja la barquilla, plata la humedad,
serena la balaustrada, con la madrugada velando su alma.
Cádiz, maravilla en calma,
pesadilla por llegar.
Y de pronto como una fiera
titiritando de hambre,
aparece la calavera
del asesino Levante.
Con su mísera dentellada
y con su lengua de fuego,
como si fuera una emboscada
de los bandidos del cielo.
El bombardeo comienza.
En Cádiz ya no amanece.
Como si fuera la guerra
Como si fueran franceses.
arde toda la ciudad
en señal de resistencia,
pero nuestra independencia
no ve el día de llegar.
Hace falta que algún dios
baje al mundo nuevamente
y detenga ese cañón
que está matando a la gente,
que la está volviendo loca
que no la deja vivir.
Hace un falta un Dios que llegue hasta Aquí
y lo eche de Cádiz eternamente;
Y que a la tacita, por su bondad infinita,
Le devuelva el poniente.
Pd.: es tan hijo de puta que, tal como he mandado el artículo a la redacción, se ha acojonao y sa tirao al sur. Po ahí te quea, cabrón.
JUAN CARLOS ARAGÓN