El Sevilla está vendido
No me entiendan mal, creo a Castro. El Sevilla no se ha vendido aún, al menos no se ha firmado. Pero todos sabemos, Castro mejor que nadie, que la venta va a ser un hecho más temprano que tarde. Al menos, en la medida en que se mantengan las negociaciones para ello como están hasta ahora. Puede que aún no se haya llegado al acuerdo definitivo, que la auditoría no haya concluido o que sólo falten flecos para cerrarla, pero es de justicia tratarla como un hecho, al menos en sentido figurado, como la han tratado los pequeños accionistas del Sevilla, aunque Castro, en eso al menos, haya dicho la verdad.
Hablemos con propiedad: El Sevilla es un caramelo y sus dueños, en la mayoría de los casos, personas con mucha familia que mantener, una edad respetable y muchos objetivos vitales cumplidos. Queda resolver el futuro de sus descendientes, lo más loable, respetable y legal del mundo. Cualquiera vendería.
Pero, ¿por qué el Sevilla es un caramelo? En primer lugar, porque su patrimonio es monstruoso. Tiene un estadio en una de las zonas más caras de la ciudad, una ciudad deportiva enorme en una zona de expansión de la ciudad, una plantilla valorada en más de 200 millones de euros, unos ingresos casi garantizados para muchos años por ese montante o más y un presente y pasado recientes brillantes. Hoy en día casi no quedan clubes 'comprables' en estas condiciones y, por eso, cualquier inversor internacional con posibles y que quiera entrar en el sector, siempre verá al Sevilla como una gran oportunidad.
Aquí el problema es que ese patrimonio, ese estadio y esa ciudad deportiva, van a ser vendidos también. Jugar en La Cartuja no es un problema, el Sevilla merece un estadio nuevo y mejor, no un estadio a parches, pero el patrimonio se vende una sola vez y, una vez vendido, como ha insinuado algún accionista en la Junta, ya te quedas sin colchón para cuando vengan mal dadas. Ese es el miedo de los pequeños accionistas refrendado a la postre por lo que han votado los principales, que van a vender, todos, porque es lo lógico. Sólo cabe desear que acierten con el comprador, que este sea serio y que no desmonte un proyecto deportivo que se ha hecho casi indestructible a base de hartarse de jugar finales. Ojalá sea así. De la torpeza de Carolina Alés es mejor no hablar. Ni de la soberbia, claro.
Artículo excesivamente cándido.