De almuerzo de borrachos a fiesta de rugby del año: el Sevens toma Hong Kong
Mar Sánchez-Cascado
Hong Kong, 6 abr .- Un hombre de las montañas de Fiyi con una gran peluca azul se acerca a una chica china para subirla sobre sus hombros en el animado fondo sur del Estadio de Hong Kong, donde este viernes arrancó una de las citas asiáticas de las Series Mundiales de rugby 7, la juerga hongkonesa del año.
El videomarcador muestra cómo, en cuestión de segundos, la china se sacude la timidez inicial y, desde la altura de los hombros del fiyiano, saluda a cámara y canta la canción que se ha convertido en el himno extraoficial del torneo, Sweet Caroline, de Neil Diamond, a lo que la multitud responde con un estruendo de aprobación.
Un año más -y ya van 44 ediciones- los mejores jugadores de este deporte llegan a la excolonia británica desde Fiyi, Nueva Zelanda, Inglaterra o Australia para participar en el "Sevens" de Hong Kong, considerado por algunos la cita más destacada de las Series Mundiales.
El evento en sí mismo está impregnado de historia y se ha convertido en una emocionante experiencia deportiva y festiva que comenzó de la misma forma que muchos de los eventos de éxito de esta ciudad única: humildemente.
En 1976, la idea de un torneo deportivo se inició con un almuerzo de borrachos, como una forma de comercializar una marca de tabaco y, unos meses más tarde, 3.000 personas se presentaron para ver una tarde de rugby.
Pero cuando el crecimiento de Hong Kong se disparó en la década de 1980, el "Sevens" despegó a su lado.
El torneo se forjó la reputación de reunir a equipos de todo el mundo y la ciudad quedó enganchada: hoy en día unas 120.000 personas luchan con uñas y dientes para conseguir una entrada para la cita, lo cual no siempre resulta sencillo.
Si se logra por la vía legal, cada billete de adulto cuesta 800 dólares de Hong Kong (unos 100 dólares o 90 euros), pero el precio se incrementa ostensiblemente en las frecuentes reventas.
Para quienes no crecieron viendo a estrellas como el dúo neozelandés formado por Christian Cullen y el difunto Jonah Lomu (que se hizo un nombre en la escena internacional en el "Sevens" de Hong Kong de 1994) el fin de semana es una excusa para divertirse sin complejos, una suerte de Carnaval de Cádiz dentro de un estadio.
Allí se funde el deporte de élite con el jolgorio internacional: hombres vestidos de geishas, o de monjes budistas, o de jeques de Oriente Medio, o de rastafaris o de combatientes del Viet Cong.
Un aficionado se ha disfrazado de Donald Trump, mientras que una mujer en bikini lleva puesto un sombrero gigante con forma de pelícano.
Sin embargo en esta edición también se respira un sentimiento de tristeza: los All Blacks de rugby 7 será el primer equipo nacional neozelandés en jugar un torneo importante desde los tiroteos de la ciudad de Christchurch, y su entrenador, Clark Laidlaw, ha dicho que la mejor manera de honrar a las víctimas es jugar con el corazón.
Los deportistas neozelandeses aún recuerdan los tiroteos del 15 de marzo cuando un asesino mató a 50 personas en dos mezquitas de Christchurch.
Un recuerdo que tratarán de compensar desde las gradas los aficionados con su entusiasmo y, sobre el césped, el espíritu deportivo y la camaradería de los jugadores.
Así, hasta este domingo, Hong Kong será la "capital mundial" no solo del rugby, sino de la jarana, que del estadio salta a las calles y se propaga por hoteles, museos, galerías de arte, restaurantes y hasta empresas.