Nadal se encuentra a tiempo
El primer día sobre la hierba dejó al descubierto la pelea contra una pesadilla. En su estreno en Wimbledon, Rafael Nadal afrontó con 4-6 y 1-1 tres bolas de rotura (15-40 y luego una ventaja en contra) que habrían dejado a Martin Klizan sacando con el viento de cara para abrir una herida que supura desde hace años porque el español aterrizó en Londres después de perder cuatro de los últimos cinco partidos disputados sobre césped, habiéndose inclinado en la primera ronda de 2013 y en la segunda de 2012, y cedió su séptimo set consecutivo en hierba antes de superar todo un enredo mental.
La remontada del mallorquín (4-6, 6-3, 6-3 y 6-3, sumando su victoria número 700) le permitió citarse ahora con Lukas Rosol (6-3, 3-6, 7-6 y 6-4 al francés Paire), su verdugo hace dos años antes de parar siete meses como consecuencia de la rotura parcial del tendón rotuliano y hoffitis en la rodilla izquierda, y atajar el problema por el principio, el duelo donde empezó todo. El tercer grande del año pone a prueba cuánta energía tiene el número uno del mundo para asaltar la copa dorada, cuánto miedo hay en su cuerpo (rodillas y espalda) para arriesgarlo todo por la victoria, cuánto es capaz de pagar para besar la gloria eterna.
Nadal vivió la primera hora de su estreno a rebufo en un martirio constante: en menos de un minuto, Klizan ya se había procurado tres bolas de rotura (0-40). Desde ese saque inaugural, que el mallorquín salvó con pericia, su contrario siempre olfateó el resto con intención, ganando habitualmente los dos primeros puntos de esos juegos. No fueron señales intermitentes. Fue un aviso de bomba. Que el el eslovaco tomase la delantera una y otra vez sobre cada servicio del español terminó provocando lo inevitable. Con 4-4, allí donde el campeón de 14 grandes ha amarrado tantos parciales, en esa tramo donde los mejores crecen y los buenos jugadores empequeñecen, el jugador de Bratislava le arrebató el servicio con una doble falta del mallorquín que botó en el suelo antes de alcanzar la red y amarró ese primer set, condenado porque cada segundo saque fue una invitación a ser devorado.
Klizan desgarró las murallas de Nadal escupiendo fuego con la derecha, un látigo certero. Sin ser un especialista de la superficie (cuatro victorias por seis derrotas), el número 51 reventó la pelota buscando huir de los intercambios largos, pegando directo al corazón, jugando como exige la hierba. El eslovaco encontró con gran facilidad los ángulos de la pista, definitivos porque el césped no permite defender con la facilidad de la tierra. El saque le ayudó, sus golpes le abrieron camino y la indecisión del mallorquín le permitió soñar con ser Rosol y Darcis, uno más en la lista de hombres que se han llevado a Nadal por delante en Londres la primera semana de competición. Eso, sin embargo, fue solo un deseo interrumpido por el campeón de 14 grandes, que volvió al partido cuando ya lo había igualado, rompiendo el saque de su contrario en un juego eterno (11 minutos) al principio del tercer set.
Antes de eso, una oportunidad perdida y una reacción irremediable. Después de dejar escapar tres pelotas de rotura con 1-1 en la segunda manga, Klizan vio cómo se le hacía de noche. Ni su saque ni sus tiros tuvieron el veneno del arranque. Nadal se obligó a dar un paso adelante. Desde el resto ganó metros que en los peloteos fue igual que un valioso terreno conquistado. A diferencia de los años anteriores, el mallorquín exhibió una movilidad fabulosa sobre la superficie verde. No tuvo reparos en jugarse la armadura. Dos puntos lo retrataron: después de caerse al suelo y ponerse en pie rápidamente, el número uno ató ambos intercambios, cerrando uno con un pasante monumental de revés y otro con un medido globo. Pura supervivencia. Puro instinto. Puro Nadal.
Fue demasiado tarde cuando Klizan quiso levantarse de la lona (recuperó un break en el tercer set, devolvió la igualdad al marcador en el cuarto tras superar otra desventaja y tuvo una pelota de rotura cuando el español sacaba por el encuentro) porque Nadal ya había abrazado las sensaciones del césped en un partido que empezó negro y acabó siendo grisáceo. Al final de la tarde, el campeón de 2008 y 2010 se marchó con la victoria y algo más importante. Los automatismos que la hierba exige a los campeones (tino al servicio, manos rápidas, piernas ágiles, decisión a la hora de golpear, tiros cortados y jugar flexionado) están más cerca de tener el filo que le llevaron a superar al mejor Federer en la final de 2008. Ese, claro, es el camino si Nadal quiere volver a reinar allí donde siempre deseó ganar.
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