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38 Años joven
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38 Años joven

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Manuel Sánchez Gómez,Londres, 14 nov (EFE).- A Roger Federer la gente ya no se lo cree. No se cree que al borde de la cuarentena, edad a los que muchos sufren solo para levantarse del sillón, pueda seguir ganando partidos. Y no partidos normales, no, batallas frente a los mejores del mundo y de la historia.,Mientras se busca un fin para su carrera y se especula con su marcha tras los próximos Juegos Olímpicos, él esquiva los dardos y da una razón más para creer que, mientras siga jugando, el ten

Manuel Sánchez Gómez

Londres, 14 nov .- A Roger Federer la gente ya no se lo cree. No se cree que al borde de la cuarentena, edad a los que muchos sufren solo para levantarse del sillón, pueda seguir ganando partidos. Y no partidos normales, no, batallas frente a los mejores del mundo y de la historia.

Mientras se busca un fin para su carrera y se especula con su marcha tras los próximos Juegos Olímpicos, él esquiva los dardos y da una razón más para creer que, mientras siga jugando, el tenis seguirá siendo joven.

Con 38 años pasados, su juego es una reliquia en el circuito. El día que su tenis funciona, es imposible no caer extasiado ante su revés, ante su servicio, ante su volea. Es una flor en un campo de minas lleno de bombarderos.

No extraña por lo tanto que la gente haya exagerado el cariño por él. En especial una capital londinense que está enamorada del suizo y que le antepone ante cualquier cosa. Es un amor que a veces se vuelve tóxico, por el daño a la persona que está enfrente.

En ese triángulo amoroso, Federer, público y rival, el rival siempre está en inferioridad. Siempre se siente dolido y menospreaciado, como si sus méritos no valieran para arrancar un aplauso.

Este jueves en el pabellón O2 de Londres, mientras sonaba 'Stand By Me', de Oasis, o 'One', de U2, el que menos estaba para aguantar baladas melosas era Novak Djokovic. Ni una sola bandera serbia se extendía a su favor. Las suizas poblaban la grada, como si la embajada de Basilea se hubiera trasladado momentáneamente al barrio de North Greenwich, donde se disputa el torneo.

Algún irreductible serbio se empotraba en su asiento y saltaba de él cual resorte cuando Djokovic conectaba algún punto. Su garganta tenía que igualar la de las miles de personas que iban con Federer. Igual que el tenis del serbio tenía que intentar acercarse a lo excelso del helvético en una tarde preparada para su gloria.

Con el último fallo del balcánico, Federer saltó de alegría para el último éxtasis de una grada que le había llorado meses atrás en Wimbledon.

No importaba a las 20.000 personas encajonadas en Londres que esta noche no disfrutaran de un tercer set, que se tuvieran que retirar pronto a casa. Unos 73 minutos habían sido suficientes para amortizar el precio de la entrada. Habían visto ganar a su ídolo. El resto daba igual.

Como ese amor ciego por el que se deja todo. Como ese romanticismo que es 38 años joven. Como ese Roger Federer que es el amor platónico de una ciudad y de todo un deporte. Tan joven y tan viejo, 'Like A Rolling Stone', que diría Sabina.

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