Estamos rodeados de buenas personas. Es así. Aunque nunca hemos atravesado por una crisis sanitaria de esta índole, más propia de film apocalíptico, intuíamos que en las situaciones límite es cuando transluce la candidez social. El coronavirus nos está permitiendo mirar más allá del felpudo, salir al rellano sin plantar el ojo en la mirilla para no tener que saludar en el ascensor, y comprobar que somos solidarios sin necesidad de ambages. Porque nos sale serlo. Y que empatizamos con el vecino. Que sí, que irresponsables que se saltan el confinamiento o bucaneros que indagan en la vulnerabilidad ajena para hacer su agosto (en este caso su marzo) los hay en todas partes. Pero también existen historias reconfortantes como la que ha tenido lugar este martes prólogo de un mes de abril que también nos robará el coronavirus.
Ha ocurrido en Málaga. Y ha tenido como protagonista a una enfermera cuya identidad preservaremos por petición propia y a un repartidor anónimo del que apenas tenemos más datos. La sanitaria malagueña en cuestión había extraviado su cartera cuando se dirigía a su lugar de trabajo en el Hospital Civil para desarrollar su jornada. Fue al terminar cuando reparó en tan sensible pérdida. Adiós a toda la documentación y a sus tarjetas de crédito, entre ellas la de su madre a la que iba a hacerle la compra tras el trabajo al tratarse de una persona mayor confinada en casa.
Si ya de por sí es un fastidio perder la cartera, imagínense tener el infortunio de hacerlo en el estado de alarma actual, con todas las restricciones existentes
Si ya de por sí es un fastidio perder la cartera, imagínense tener el infortunio de hacerlo en el estado de alarma actual, con todas las restricciones existentes. “Hice de nuevo el recorrido desde el lugar en el que aparqué el coche hasta el hospital, y al no dar con ella ni tampoco haber sido entregada en la recepción del Civil, me dirigí a la comisaría para poner la denuncia pertinente, pero me dijeron que por la situación en la que estábamos no podían hacerlo. En el banco, al no haber tampoco correo normal, no me podían mandar las tarjetas... Así que me encontré sin tarjetas, sin dinero en efectivo y sin documentación, que la necesito para acudir diariamente a mi trabajo en el hospital”, relata a este medio la enfermera. “La policía se remitió al certificado de trabajo esencial que tenemos los enfermeros como identificativo si me preguntaban”, apostilla.
Comenzó entonces un rastreo en el que colaboró la Policía Local y en el que se contó igualmente con la ayuda de la Oficina Municipal de Objetos Perdidos. “La policía me dijo que solían aparecer a posteriori este tipo de objetos, pero claro en una situación así, sin gente por las calles... Pues la di por perdida y me dispuse a desconectar todas las tarjetas para que no me sacaran dinero”, continúa la sanitaria.
Cuál fue su sorpresa cuando este martes, horas después, un repartidor apareció en casa de su madre con la cartera de marras. “Era joven y uniformado de verde”, expone la madre de la enfermera y cuya residencia en un barrio periférico de la ciudad es la que figura en su DNI. “Todo estaba intacto”, no faltaba nada, relatan ambas emocionadas por haber recuperado la cartera y por la muestra de solidaridad del repartidor, que pudo recorrerse Málaga pese a todas las medidas de confinamiento decretadas por su profesión ‘esencial’. De héroe, porque lo fue, a una de nuestras muchas heroínas que día a día luchan contra el COVID-19 y contra los elementos. La sociedad, no cabe duda, tiene que despertarse fortalecida de esta pesadilla, y con historias así uno lo cree firmemente.